Nadie puede destruir el hierro
El hierro no se destruye por la fuerza, sino por su propio óxido. De la misma manera, no somos deshechos por el mundo exterior, sino por la mente interior.
Somos un tejido de cuerpo, mente, emociones y energía. Y, sin embargo, nuestra mayor fortaleza, y también nuestra mayor debilidad, es nuestra propia inteligencia. La misma mente que sueña, inventa y crea maravillas también teme, corroe y destruye. Es a la vez nuestro genio y nuestra carga.
Como el hierro, rara vez nos rompemos por golpes externos. Nos debilitamos desde dentro, a través de miedos e inseguridades, de juicios y traumas, de las incontables historias que repetimos sobre quiénes somos y quiénes no somos. Lenta y silenciosamente, el óxido del pensamiento se expande.
La tragedia es que llamamos a esto “normal.” Como todos sufren del mismo malestar, creemos que así es la vida. Pero sobrevivir no es vivir. Y los momentos fugaces de alegría o paz no son la plenitud de la existencia.
Existe otro camino. Una mente sana no es inquieta ni pesada. No está llena de ruido interminable ni de historias sin fin. Una mente sana es silenciosa, clara, serena, un recipiente abierto, vacío de ilusiones, listo para recibir la vida tal cual es.
Para llegar a este estado, debemos aprender a guiar la mente en lugar de ser gobernados por ella. Debemos soltar viejas cargas, dejar ir falsas identidades y desaprender los malentendidos que hemos llevado por años. Al vaciarnos, hacemos espacio. En el espacio, hallamos libertad.
Cuando el óxido se limpia, la fuerza del hierro brilla de nuevo. Cuando el ruido se disipa, la luz del alma se revela.
No dejes que la corrosión consuma tu espíritu. Limpia la mente. Abre el corazón. Da un paso hacia la infinita maravilla de estar vivo.
La vida nunca fue hecha para ser soportada. Fue hecha para ser vivida, plena, profunda, y despiertamente.
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Autor: Mauricio Correa
Páginas Web: rutaauno.com
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