Sanando con Amor

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La Sanación Comienza con el Amor

Nunca sanarás verdaderamente hasta que dejes de luchar contra ti mismo.

La sanación no comienza con la perfección. No con cómo te ves, hablas, crees o te comportas. No con cuán espiritual, talentoso, rico, inteligente, hermoso o amable eres. Comienza con el amor—un amor profundo, radical e incondicional hacia ti mismo.

Naciste perfecto. Un alma radiante envuelta en asombro, alegría y posibilidad. Pero con el tiempo, aprendiste a olvidar, enseñado por tus padres, escuelas, amigos, medios e instituciones. Te enseñaron a juzgar, temer, comparar, reprimir.

Aprendiste a esconder tu luz, a dudar de tu valía, a creer que debías ganarte el amor de los demás siendo “mejor”, a juzgar y ser juzgado, a conformarte y a desconectarte de la verdad de quién eres. Pero la sanación no llega a través del juicio. Llega en el momento en que dejas de huir de tus heridas y cicatrices, y comienzas a sostenerlas como a niños sagrados—con ternura, con presencia, con compasión.

Tu cuerpo no es tu enemigo.

Duele porque ha estado intentando—con todas sus fuerzas, durante tanto tiempo—hacer lo mejor por ti. Ya sea una parte del cuerpo, una emoción, un recuerdo o incluso una enfermedad—luchar contra ello solo profundiza la herida. La sanación comienza cuando dejas de estar en guerra contigo mismo y empiezas a ofrecer compasión y amor a cada célula adolorida y a cada parte herida.

El dolor no es un castigo.

Es un mensajero. Deja de declararle la guerra a tu dolor. En su lugar, escúchalo. Ámalo. Déjalo hablar. Cuando nos sentamos con él y lo abrazamos—respiramos en él—se suaviza. Se abre. Enseña. Se transforma. Se convierte en un portal—no hacia el sufrimiento, sino hacia la libertad.

Sanamos cuando regresamos a nosotros mismos.

Cuando recordamos que no somos este dolor, ni nuestros pensamientos, ni nuestras heridas, ni nuestras limitaciones. Que nuestros límites no son fijos—y nuestras limitaciones no son reales. Cuando recordamos que somos eternos. Somos pura luz usando un traje de piel. Somos seres completos.

Y cuando dejamos de perseguir la perfección, de compararnos, de fingir, de vivir en nuestras cabezas y comenzamos a honrar nuestra unicidad, descubrimos un poder que ninguna duda puede tocar. Entonces, y solo entonces, la sanación no solo se vuelve posible, sino inevitable.

Porque sanar no se trata de convertirnos en alguien nuevo. Se trata de recordar quiénes hemos sido siempre. Se trata de darnos cuenta de que nunca dejamos el hogar. No estamos rotos. Estamos convirtiéndonos. Y, en el momento en que elegimos el amor—¡la sanación se vuelve imparable!

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Autor: Mauricio "Mao" Correa
Páginas Web: rutaauno.com
Blog de Artículos: rutaaunoblog.blogspot.com

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