La Imperfección
Vivimos en un mundo donde la perfección se ha convertido en una jaula dorada. Brillante, admirada, deseada… pero no real. Nos ciega ante la silenciosa belleza de ser imperfectos, de ser gloriosamente humanos. La perfección no es un destino. Es una máscara que oculta la luz cruda y luminosa de la autenticidad. Se persigue, pero nunca se encuentra, porque la verdadera belleza no vive en la simetría ni en las superficies impecables. Vive en las grietas, en las historias grabadas por el tiempo, en los lugares donde la vida ha dejado sus huellas.
Habitamos en una cultura que adora lo liso y lo pulido. Donde la belleza se define por ideales estrechos. Donde el valor se mide en rostros filtrados, cuerpos esculpidos, vidas perfectamente editadas. Donde el éxito se exagera con autos, casas e imágenes cuidadosamente elaboradas. En medio de este ruido, muchos olvidan que lo que realmente nos hace sentir vivos no es la perfección, sino la presencia. No es ser impecables, sino ser reales.
Y, sin embargo, hay un lugar para la excelencia. La dedicación, la maestría y la pasión elevan el alma. Dar lo mejor de nosotros en el trabajo, en el amor, en la crianza, en la amistad, es un acto de reverencia por la vida misma. Pero la excelencia no es perfección. La excelencia respira. Deja espacio para crecer. La perfección asfixia. Termina el viaje antes de que empiece.
Los japoneses la llaman Wabi-sabi, la belleza de la imperfección, la impermanencia y la incompletitud. Una taza astillada, una hoja marchita, las suaves líneas de un rostro que envejece… no disminuyen la belleza. La revelan.
Lo mismo ocurre con nosotros. Nuestras cicatrices no son manchas. Son mapas de los caminos que hemos recorrido. Nuestras rarezas y bordes son la prueba de que hemos vivido. Si todos fuéramos perfectos, el mundo sería estéril, silencioso y sin color.
Abraza tus imperfecciones con la misma fuerza con la que abrazas tus virtudes. Deja que cuenten tu historia. Aspira a la excelencia, no a la ilusión de la perfección, porque la perfección es una línea de meta, pero la excelencia es un camino sin fin.
Y si tus imperfecciones te hieren a ti o a otros, entonces afínalas. Escúlpete y púlete como una escultura viva. Crece. Pero nunca confundas crecer con borrarte. En otras palabras, sí, mejora. Pero no intentes convertirte en alguien que no eres. Deja que tus imperfecciones moldeen tu belleza en lugar de borrarla.
No fuiste creado para ser perfecto. Fuiste creado para ser completo. Y la plenitud no vive en la perfección, sino en el valor de ser pleno y hermosamente humano. Sabe esto: Eres suficiente. Eres imperfectamente perfecto tal como eres. Eres bellamente imperfecto. Solo abraza tu existencia.
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Autor: Mauricio "Mao" Correa
Páginas Web: rutaauno.com
Blog de Artículos: rutaaunoblog.blogspot.com

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